En 1841, Espartero forzó la salida de España de la regente María Cristina y se proclamó regente a su vez. Su acción de gobierno fue poco acertada. Su liberalismo le impulsó a liberalizar el comercio de tal modo, que perjudicó gravemente a la industria nacional, que no podía resistir la competencia extranjera.
La ruina del ramo textil catalán, a causa de las importaciones de Inglaterra, desencadenó una rebelión en Barcelona que fue violentamente reprimida (1842). Los antiguos camaradas de armas de Espartero se volvieron contra él, y no tardó en estallar una rebelión en Sevilla.
El general Ramón María de Narváez (1800-1868) derrotó al regente en Torrejón de Ardoz (1843), le obligó a exiliarse y se hizo con el poder. De inmediato se declaró la mayoría de edad de Isabel II (1830-1904), que por entonces contaba sólo 13 años. Comenzaba así un período moderado, que se extendió hasta 1868, y que se caracterizó por la reorganización territorial (la actual división provincial se había establecido en 1833) y administrativa, las reformas legales y una prosperidad que se alimentó gracias a la implantación del proteccionismo, y que se hizo más patente a partir de 1854. En 1848 se inauguró el primer ferrocarril. La riqueza se fue concentrando en la periferia, donde se consolidó la burguesía, en tanto las regiones centrales se empobrecían paulatinamente. En definitiva, en este período el país registró cambios notables que a su vez promovieron transformaciones sociales, pero las condiciones de pobreza seguían predominando. La población sobrepasaba ya los 15 millones de habitantes: había censados más de 250.000 pobres de solemnidad y dos millones de jornaleros agrícolas, que representaban el estrato social más mísero; pero vastos sectores del país padecían también escasez.
Baldomero Espartero (imagen izquierda)
En 1845, Narváez inspiró la reforma de la Constitución de 1837 en un sentido conservador se atribuía la soberanía nacional al rey y a las Cortes, no al pueblo, y el cuerpo electoral venía a ser el l % de la población , que atenuó o al menos retrasó en España los efectos de la Revolución francesa de 1848. Tras el conflicto con la Iglesia a raíz de la desamortización, las relaciones se normalizaron en virtud del Concordato de 1851. Los moderados admitían difícilmente la oposición y gobernaban con criterio monopolístico y excluyente.
La corrupción estaba generalizada y llegaba a la propia corte. Isabel II, obligada por razones de Estado a casarse con su primo Francisco de Asís, notorio homosexual, se entregó sucesivamente a varios amantes, alguno de los cuales intervino en política sin el menor reparo. El malestar nacional convergió en el pronunciamiento del general Leopoldo O'Donnell (1800-1867) en 1854, conocido como "la Vicalvarada" (por haberse producido en la localidad madrileña de Vicálvaro). Aunque fracasó, obtuvo amplia adhesión de las capas populares, que protagonizaron disturbios en Madrid en lo que fue una versión local y suavizada de la Revolución de 1848. La situación no se remedió ni siquiera volviendo a llamar a Espartero. O'Donnell acabó accediendo a la jefatura del gobierno (1858) e inauguró una breve etapa de estabilidad, de la que fue artífice ideológico Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897).
Fue el llamado gobierno de la Unión liberal. En parte por la momentánea superación de los problemas internos y en parte por mantener ocupados a los militares y por ceder a la moda imperialista europea, se produjo en esta época una intervención armada en Africa. Tomando como pretexto ciertos incidentes registrados en Ceuta, las tropas españolas invadieron Marruecos (1859-1860). En esta campaña descolló el general Juan Prim y Prats (1814-1870), artífice de la victoria de los Castillejos, a la que siguieron la rendición de Tetuán y la victoria de Wad Ras, que puso fin a las operaciones.