“Muchos veteranos de esta guerra han hablado de lo que recuerdan de los heridos. Pero lo que causó una impresión tan profunda como ésta, fue otro aspecto del conflicto, menos frecuente: la presencia constante de los muertos. En otras guerras anteriores, el conflicto había durado unos pocos días, como máximo. Había tenido un comienzo y un fin, tras el cual se habían enterrado los cadáveres de ambos contendientes. Pero esta guerra era diferente: los combates duraban meses; el fuego de la artillería descuartizaba a los hombres en un instante; y la línea del frente apenas se movía. Por lo tanto, en la línea de trincheras que se extendía desde Suiza hasta el canal de la Mancha estaban esparcidos los restos de tal vez un millón de hombres. Los soldados comían junto a ellos, bromeaban a su costa y les despojaban de todo lo que tenían. (...)
Los soldados tenían que seguir adelante en presencia de innumerables cadáveres, algunos conocidos, la mayoría anónimos. Los que eran enterrados a menudo volvían a aparecer durante los bombardeos y, a veces, se les volvía a sepultar para defender, literalmente, las trincheras en las que ellos mismos habían combatido. Muchos recuerdan el hedor de la descomposición y las moscas volando sobre los cadáveres en grandes cantidades, sobre todo durante los meses de verano. Todo el mundo aborrecía las ratas. Resulta difícil imaginar cómo debía de ser un lugar tan espantoso. Todavía hoy se pueden encontrar huesos humanos en los alrededores de Verdún.”J. M. Winter. La Primera Guerra Mundial.