A la muerte del rey Fernando VII, cuyo reinado se caracterizó por la imposición del Absolutismo frente a las numerosas intentonas liberales, se produjo un grave problema dinástico. El monarca dejaba dos hijas menores de edad, en un tiempo en el que la Ley Sálica dictada porFelipe V prohibía a las mujeres reinar. Ante ello, el infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, se proclamó heredero, lo que provocó la I Guerra Carlista. Los partidarios de don Carlos eran partidarios de mantener el Absolutismo. Por su parte, los liberales pusieron sus esperanzas en la futura Isabel II.
En 1833, al morir Fernando VII, la reina viuda María Cristina de Borbón juró la Regencia de su hija Isabel. Pasaría a la Historia con el sobrenombre de la “Reina gobernadora”. Ante la encrucijada que se le presentaba a la regente entre Liberalismo y Absolutismo, optó por la primera opción, convencida por políticos afines al mismo. Esta decisión desencadenó la I Guerra carlista, desarrollada principalmente en las provincias vascas y el Maestrazgo (Castellón). Esta contienda terminaría años más tarde, con el famoso “Abrazo de Vergara”.
María Cristina de Borbón ocupó la Regencia hasta 1841. En todo este tiempo se rodeó de un nutrido grupo de políticos e intelectuales liberales, que desarrollaron sus tareas de gobierno en medio del hostil ambiente de la guerra. Poco a poco, el Liberalismo iría imponiéndose, aunque la consolidación definitiva del mismo no llegaría hasta muchas décadas después.
Entre los presidentes de gobierno de esta Regencia, destacan nombres muy importantes. Entre ellos, estaba Martínez de la Rosa. Él fue el impulsor y redactor del Estatuto Real. Este texto consistió en una especie de “Carta otorgada”, sin llegar a ser una Constitución, ya que no emanó de la representación del pueblo. De esta manera, se tapaba la que hasta entonces se consideraba verdadera Constitución, la promulgada en Cádiz en 1812, en pleno desarrollo de la Guerra de Independencia.
El Conde de Toreno fue otro de los titulares de la presidencia del gobierno durante la Regencia. Él dio uno de los primeros pasos en la política anticlerical de los liberales, al decretar la expulsión de los jesuitas de España. Siguiendo esa línea, Juan Álvarez de Mendizábal ejecutó la primera gran desamortización de bienes eclesiásticos, en 1836; a ésta le seguirían otras, como la de Madoz.
La intención de tal medida consistió en vender las tierras que estaban en posesión de la Iglesia, conventos y monasterios para que fueran compradas por las clases menos pudientes. Sin embargo, fue la aristocracia y la alta burguesía la que se hizo verdaderamente con esos bienes. Por tanto, lo poco que se consiguió fue crear una nueva clase de grandes propietarios, sin que se pudiesen llevar a cabo los deseos de la población más desfavorecida.
En 1837, con Calatrava a la cabeza del gobierno, se redactó una nueva Constitución, que dejaba atrás el antiguo texto de Cádiz y el Estatuto Real de Martínez de la Rosa. Se trató de una Constitución de tintes más liberales que la de 1812, que daba mayores poderes a las Cortes, aunque los diputados se elegían por sufragio restringido. Ello significada que únicamente podían votar aquellos ciudadanos con un determinado nivel de rentas.
Este período de regencia se caracteriza también por la progresiva descomposición de los liberales en varias tendencias políticas. Nacen así el Partido Moderado, el Progresista y el Liberal, a los que más tarde se añadiría la Unión Liberal. Frente a todos ellos, quedaban los Carlistas, que seguían aferrados al Absolutismo y al Foralismo más exacerbado.
La Regencia hacía frente, por tanto, en todos estos años a progresivos cambios en pro del Liberalismo. Sin embargo, en 1841, María Cristina de Borbón abdicó de su cargo, que fue asumido por el general Baldomero Espartero. Su regencia se alargaría hasta 1843, hasta que fue decretada la mayoría de edad de Isabel II, con sólo 16 años de edad. Se iniciaría entonces un nuevo reinado en España, cargado de altibajos políticos y escándalos personales que terminarían con la expulsión de Isabel II, tras la revolución de 1868
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