jueves, 4 de julio de 2013

TEXTO: J. Gil Pecharromán. La Gran Guerra.

“A lo largo de 1917, la práctica totalidad de las naciones europeas comprometidas en la guerra atravesó serias dificultades de orden político planteadas por causas económicas, sociales y militares. (...)
En Francia el problema no era solamente político y económico, sino también militar. Los años de guerra de trincheras habían agotado la moral del ejército francés. Demasiado cercanos a la retaguardia como para no darse cuenta de su mísera condición, los soldados galos habían ido incubando un resentimiento que se plasmó en los motines de 1917. (...)
Durante la primavera de 1917, (...) comenzaron a producirse motines en algunas unidades francesas. Pronto se extendieron por el frente. Los soldados protestaban por la forma en que se conducía la guerra, en la que eran sacrificados sin beneficio, y se negaban a combatir. El peligro de un desmoronamiento del frente era evidente. En noviembre, dimitió el gobierno Painlevé y le fue confiado el poder a Georges Clemanceau. Asustado por lo que creía un movimiento revolucionario, el jefe del gobierno procedió a abortarlo por dos procedimientos. Primero desató una despiadada represión no sólo contra los amotinados -554 condenas a muerte, de las que se ejecutaron 49-, sino también contra los socialistas que habían abandonado la Unión Sagrada y contra los pacifistas en general. Luego, sustituyó al desprestigiado Nivelle por Pétain, quien detuvo las costosas e inútiles ofensivas.

J. Gil Pecharromán. La Gran Guerra.

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