Sobre la llegada de la República
Toda la experiencia republicana tiende a recordarnos su condición democrática: el Parlamento fue el centro de la vida política, a diferencia de lo que sucedía en el reinado de Alfonso XIII. Pero esta politización de la vida cotidiana tuvo un doble aspecto, positivo y negativo [ ... ]. Por un lado, en cuanto a testimonio de una progresiva realización de los derechos humanos, la República, en efecto, fue, como se había esperado de ella por los manifestantes del 14 de abril, un gigantesco avance en la vida pública nacional. Pero, al mismo tiempo, la brusquedad de la politización condujo al maximalismo. Un país no puede pretender adquirir como por ensalmo una vida democrática estable, sino que ésta es producto de factores diversos entre los que cuentan que, el grado de tensión social no sea excesivo, un nivel cultural y, sobre todo, un aprendizaje, incluso durante décadas, en unas pautas de comportamiento. Si ya los dos primeros factores fallaron en el caso español durante los años treinta, además tampoco se dio el tercero. La brusquedad de la transición desde el liberalismo oligárquico a la democracia contribuyó a ello como también el clima general de la época.
El tono exasperado de la vida política republicana es perceptible, sobre todo, en la vida local en la que las tensiones políticas nacionales se traducían de modo simplicísimo y a menudo violento. Así se explica el importante papel que le correspondió a la agitación anticlerical que para sus protagonistas debió constituir un procedimiento de subversión del orden tradicional
Tussell, Javier (1990), Manual de Historia de España, Tomo 6, Siglo XX, Madrid, Historia 16, p. 319‑320.
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