viernes, 13 de enero de 2012

La guerra de los siete años (1756-1763)

Sobre esta guerra, recomiendo la película El último mohicano, además cuenta con una bonita B.S.O.

La guerra de independencia norteamericana

George Washington


George Washington











George Washington nació el 22 de febrero de 1732 a orillas del río Potomac, en la finca de Bridge's Creek, en el antiguo condado de Westmoreland, en el actual estado de Virginia. Pertenecía a una distinguida familia inglesa, oriunda de Northamptonshire, que había llegado a América a mediados del siglo XVII y había logrado amasar una considerable fortuna. Su padre, Augustine, dueño de inmensas propiedades, era un hombre ambicioso que había estudiado en Inglaterra y que al enviudar de su primera mujer, Jane Butler, quien le había dado cuatro hijos, contrajo segundas nupcias con Mary Ball, de una respetable familia de Virginia, que le dio otros seis vástagos, entre ellos George.
Poco se sabe de la infancia del futuro presidente, salvo que sus padres lo destinaban a una existencia de colono y por ello no fue más allá de las escuelas rurales de aquel tiempo: entre los siete y los quince años estudió de modo irregular, primero con el sacristán de la iglesia local y luego con un maestro llamado Williams. Alejado de toda preocupación literaria o filosófica, el muchacho recibió una educación rudimentaria en lo libresco, pero sólida en el orden práctico, al que lo inclinaba su activo temperamento.

George Washington
Ya en la temprana adolescencia estaba suficientemente familiarizado con las tareas de los colonos como para cultivar tabaco y almacenar las uvas. En esa época, cuando tenía once años, murió su padre y pasó a la tutela de su hermanastro mayor, Lawrence, un hombre de buen carácter que, en cierta forma, fue su tutor. En su casa, George conoció un mundo más amplio y refinado, pues Lawrence estaba casado con Anne Fairfax, una de las grandes herederas de la región y acostumbraba codearse con la alta sociedad de Virginia.
Un colono con vocación militar
Escuchando los relatos de su hermanastro, se despertó en él una temprana vocación militar y a los catorce años quiso hacerse soldado, aunque tuvo que desechar la idea ante la férrea oposición de su madre, quien se negó a que siguiera la carrera de las armas. Dos años más tarde comenzó a trabajar de agrimensor, como asistente de una expedición para medir las tierras de lord Fairfax en el valle de Shenandoah.
A partir de allí, las agotadoras jornadas en campo abierto, sin comodidades y expuesto a los peligros de la vida salvaje, le enseñaron no sólo a conocer las costumbres de los indios y las posibilidades de colonización del Oeste, sino a dominar su cuerpo y su mente, templándolo para la tarea que el futuro le reservaba. Pero de momento, aunque las preocupaciones políticas no le perturbaban (el joven Washington era un fiel súbdito de la corona inglesa), se sentía molesto por las limitaciones impuestas por la metrópoli a la colonización, ya que con su hermanastro proyectaban llevar sus negocios a las tierras del Oeste.
A los veinte años ocurrió un cambio decisivo en su vida, que lo convirtió en cabeza de familia. Una tuberculosis acabó con la vida de Lawrence en 1752 y George heredó la plantación de Mount Vernon, una enorme finca con 8.000 acres y 18 esclavos. Así, pues, pasó a ser uno de los hombres más ricos de Virginia, y como tal actuaba: pronto se distinguió en los asuntos de la comunidad, fue un activo miembro de la Iglesia episcopal y se postuló como candidato, en 1755, a la Cámara de los Burgueses del distrito. También sobresalía en las diversiones; era un magnífico jinete, alto y de ojos azules, un gran cazador y mejor pescador; amaba el baile, el billar y los naipes y asistía a las carreras de caballos (tenía sus propias cuadras) y a cuantas representaciones teatrales se daban en la región. Pero su vocación de soldado no había muerto, y entre sus planes figuraba ser también un brillante militar.

Su casa en Mount Vernon, Virginia
Por entonces, ingleses y franceses se disputaban el dominio de América del Norte, y la controversia sobre las rutas de la cabecera del Ohio había conducido a una extrema tensión entre los colonos. Washington se alistó en el ejército, y poco después de la muerte de su hermanastro fue nombrado por el gobernador Robert Dinwiddie comandante del distrito, con un sueldo de 100 dólares anuales. Ante las invasiones de los franceses por la frontera, en 1753 el gobernador le encargó la misión de practicar un reconocimiento en la zona limítrofe. A mediados de noviembre, Washington se puso en marcha al frente de seis hombres por el valle del Ohio, un país inhóspito, poblado de tribus salvajes y múltiples peligros. A pesar del frío y las nieves, pudo llevar a cabo la dura travesía hasta alcanzar Fort-Le Boeuf en Pennsylvania, una hazaña que comenzó a cimentar su fama.
Declarada en 1756 la guerra de los Siete Años, que para los colonos ingleses en América suponía la lucha por su expansión frente al predominio francés, Washington fue designado teniente coronel del regimiento de Virginia, a las órdenes del general Fry. Al morir éste en combate, le sucedió como jefe supremo de las fuerzas armadas del condado, pasando poco después a formar parte del estado mayor del general Braddock, que dirigía las tropas regulares enviadas por Inglaterra. El 9 de julio de 1755 se distinguió en la batalla de Monongahela por su coraje y capacidad de decisión, si bien ésta acabó en un desastre para los ingleses.
La derrota repercutió de tal forma en su ánimo que el joven militar se retiró a Mount Vernon con el firme propósito de no volver a tomar las armas. Pero no pudo llevarlo a cabo, pues los notables de Virginia le pidieron que se hiciera cargo de las tropas, a pesar de que sólo contaba con veintitrés años de edad. Washington conservó el mando entre 1755 y 1758, época en que también fue elegido como representante del condado de Frederic para la Cámara de los Burgueses de Virginia. Su nombre ya era popular, se le admiraba por su experiencia y tacto, y comenzaba a labrarse un sólido prestigio político interviniendo activamente en las deliberaciones de la asamblea.
Tras algunos sinsabores, desilusionado ante el curso de la guerra con Francia y la conducta de los comandantes británicos, Washington renunció a su cargo militar para regresar a Mount Vernon y al poco tiempo, el 6 de enero de 1759, se casó con Martha Dandridge, una mujer tan rica como bella, viuda del coronel Parke Custis y dueña de una de las mayores fortunas de Virginia. Poseía un gran número de esclavos, 15.000 valiosos acres y dos hijos de seis y cuatro años, que se convirtieron en la verdadera familia de Washington.
En Mount Vernon la pareja, unida más que por un amor apasionado por una armoniosa felicidad, llevaba la vida de los ricos propietarios, atentos a la prosperidad de sus tierras y al papel prominente que desempeñaban en la vida social de la región. Todo se hacía a lo grande, la ropa se compraba en Londres, las fiestas eran espléndidas y los huéspedes se contaban por cientos. Pero esta vida rumbosa se vería interrumpida por el vendaval político que pronto se abatió en la América del Norte.
La lucha por la independencia
El final de la guerra de los Siete Años, signado el 10 de febrero de 1762 por el Tratado de París, significó la renuncia de Francia a sus pretensiones sobre Acadia y Nueva Escocia y la posesión, por parte de Inglaterra, de Canadá y toda la región de Luisiana, salvo Nueva Orleans. Pero la discrepancia mercantil entre Londres y sus colonias aumentó a raíz de esta conclusión, pues el gobierno inglés consideró que todas sus posesiones habían de cooperar en la amortización de los gastos ocasionados por la guerra, ya que todas ellas se habían beneficiado de sus resultados.
De hecho, el déficit originado por la contienda era enorme, y en marzo de 1765 el parlamento inglés votó un impuesto que hirió los derechos tradicionales de las colonias, imponiendo el uso de papel timbrado para toda clase de contratos. Con verdadera ceguera política, al año siguiente impuso una serie de derechos aduaneros sobre el papel, el vidrio, el plomo y el té, que provocaron la indignación del mundo comercial norteamericano y la formación de ligas patrióticas contra el consumo de mercancías inglesas. A la vanguardia de las luchas que precedieron al estallido revolucionario habían de colocarse los aristócratas de Virginia y los demócratas de Massachusetts. Washington se sintió irritado por tales medidas, pero continuó considerándose un súbdito leal a Inglaterra y un hombre de opiniones moderadas.

Washington en traje de cazador
En 1773 la población de Boston protestó contra los impuestos arrojando los cargamentos de té al mar. El hecho, conocido como el Boston Tea Party, acabó de abrirle los ojos a Washington y de volcarle hacia la defensa de las libertades americanas. Cuando los legisladores de Virginia se reunieron al año siguiente en Raleigh, él estuvo presente y firmó las resoluciones. En la primera legislatura revolucionaria de ese año pronunció un elocuente discurso declarando: «Organizaré un ejército de mil hombres, los mantendré con mi dinero y me pondré al frente de ellos para defender a Boston». Ya había dejado de ser un moderado cuando, vestido de uniforme, representó a Virginia en el Primer Congreso Continental que se celebró en Filadelfia en 1774. Sus cartas muestran que aún se oponía a la idea de la independencia, pero que estaba decidido a no renunciar a «la pérdida de los derechos y privilegios que son esenciales a la felicidad de todo Estado libre y sin los cuales la vida, la libertad y la propiedad se tornan totalmente inseguras».
Comenzadas las hostilidades entre ingleses y americanos en la batalla de Lexington, el 19 de abril de 1775, los autonomistas declararon sus anhelos de independencia frente a la corona inglesa. Todas las colonias se consideraron en guerra contra la metrópoli y, en el Segundo Congreso reunido en Filadelfia ese año, confiaron el mando de las tropas al plantador virginiano George Washington. Su elección fue en parte el resultante de un compromiso político entre Virginia y Massachusetts, pero también la consecuencia de la fama ganada en la campaña de Braddock y del talento con que impresionó a los delegados del Congreso.
El flamante jefe de las fuerzas coloniales se vio entonces frente a la arriesgada tarea de crear un ejército casi desde la nada y en presencia del enemigo. Al llegar a Boston se encontró con más de quince mil hombres, pero se trataba sólo de una masa confusa de insurrectos indisciplinados, divididos en bandas hostiles entre sí, a menudo en harapos y mal armados. Faltaban víveres y vituallas, y además, cada asamblea provincial dictaba órdenes a su capricho. Aquí demostró Washington sus brillantes dotes de organización y su incansable energía, disciplinando y adiestrando a los voluntarios inexpertos, reuniendo provisiones y llamando a las colonias en su apoyo. De esa forma organizó al ejército de Massachusetts, con el que pudo ocupar Boston y expulsar de Nueva Inglaterra a los ingleses del general Howe en 1776. Ese año, ante la llegada de nuevas tropas enviadas por la metrópoli, los americanos habían proclamado solemnemente la independencia de los Estados Unidos.
Washington había ganado el primer round contra las tropas de la corona, pero aún faltaban varios años de guerra en que los soldados americanos serían puestos al borde de la aniquilación. Entre los factores decisivos para alcanzar la victoria, en primer término figuraron su capacidad para infundir confianza a los soldados, su energía incansable y su gran sentido común. Nunca fue un genial estratega, ya que, como dijo Jefferson, «a menudo fracasó a campo abierto», pero supo mantener viva entre sus hombres la llama del patriotismo y escuchó siempre las opiniones de los generales a su mando, sin importarle dejar de lado su propio parecer.
Así, en un segundo momento, retiró sus tropas al sur y esperó la contraofensiva británica en Long Island, pero decidió retirarse debido a su inferioridad numérica respecto a Howe. Desde entonces, en Pennsylvania empleó una táctica de desgaste que le valió las victorias de Trenton y Princeton de 1776, aunque también las derrotas de Brandwine y Germantown del año siguiente. En retirada, contuvo a las fuerzas de Howe que avanzaban sobre Filadelfia. La ciudad no pudo resistir y cayó en manos del jefe británico, pero pronto los ingleses sufrieron un desastre considerable y el general Burgoyne fue obligado a capitular en Saratoga, el 17 de octubre, ante el asedio del jefe americano Gates.
Este éxito de la Revolución americana conmovió en Europa a los adeptos del enciclopedismo y a los partidarios del «hombre natural» de Rousseau. Voluntarios franceses como La Fayette, Rochaubeau y De Grasse, polacos como Kosciuszko y sudamericanos como Miranda, acudieron en auxilio de las huestes de Washington, que vio así facilitada su tarea. Después del terrible invierno de Valley Forge, donde se dedicó a adiestrar a sus tropas, pudo reanudar victoriosamente la lucha gracias a los refuerzos recibidos. El gobierno francés vio en el conflicto la oportunidad de vengar la derrota de la guerra de los Siete Años y, en 1778, firmó una alianza con los Estados Unidos, a la que se sumó al año siguiente Carlos III de España.
El auxilio de las tropas francesas fue tan eficaz que Washington pudo recuperar Filadelfia, sitiar Nueva York y dirigirse al sur para cortar el avance de lord Cornwallis, que iba al frente de once mil hombres, el grueso de las tropas inglesas. El 19 de octubre de 1781 éste se vio obligado a capitular, luego de caer prisionero con su ejército. Esta rendición provocó la definitiva victoria de los colonos y el reconocimiento de la independencia por parte de Inglaterra, antes de firmarse la paz en Versalles, el 20 de enero de 1783.
El constructor del Estado
En plena guerra, en 1778, el Congreso había promulgado la Ley de Confederación, primera tentativa para constituir un bloque homogéneo con los trece estados de la Unión. Pero esta fórmula política dio escasos resultados, pues la guerra y la posguerra exigían más un poder central fuerte que un gobierno sin atribuciones. En la cumbre del prestigio y la fama, después de los triunfos militares, Washington tuvo que hacer frente a los problemas de la reconstrucción nacional. Por un lado se negó a aceptar la corona que algunos notables le ofrecían, dedicándose a combatir la reacción monárquica de algunos sectores del país, y por otro proclamó la necesidad de establecer una constitución.
Su postura federalista, defensora de la implantación de un poder central eficiente que defendiera los intereses americanos en el exterior y equilibrara las tendencias partidistas de los territorios, supo conciliarse con la de los republicanos, partidarios de conservar la independencia política y económica de los estados. El acuerdo entre ambos grupos fue expresado por la Constitución del 17 de septiembre de 1787, la primera carta constitucional escrita que reguló la forma de gobierno de un país. Una vez más, las dotes de organización y dirigente de Washington hicieron que las esperanzas fueran puestas en él, y el Congreso lo eligió como primer presidente de los Estados Unidos en 1789.
La prudencia, la sensatez y sobre todo un respeto casi religioso a la ley, fueron las notas dominantes de sus ocho años de gobierno. Al elegir a los cuatro miembros de su gabinete, Thomas Jefferson en la Secretaría de Estado, el general Henry Knox en la de Guerra, Alexander Hamilton en la del Tesoro y Edmund Randolph en la de Justicia, Washington estableció un cuidadoso equilibrio entre republicanos y federales, el cual posibilitó la puesta en marcha del aparato que habría de coordinar y dirigir la administración del país. Para hacer frente a los graves problemas económicos por los que éste atravesaba, aplicó una férrea política fiscal y se esforzó por asociar los grandes capitales con el Estado, a fin de comprometerlos en la estabilidad de la nación. Con idéntico objetivo creó el Banco de los Estados Unidos y, a fin de promover el desarrollo industrial, dictó una serie de medidas proteccionistas que le valieron el apoyo de la burguesía.
Elegido para un segundo mandato en 1793, ante sus dudas fue Jefferson quien le convenció de que aceptara el cargo nuevamente. En esta segunda etapa de gobierno tuvo que abocarse a serios problemas, como el suscitado en el Oeste por la oposición a los impuestos sobre el aguardiente, que originó en 1794 una sublevación, conocida como Whiskey Rebellion, la cual fue reprimida por las tropas enviadas por orden del presidente.
Otro elemento de desgaste fue el choque entre Jefferson y Hamilton, motivado por la radicalización de la Revolución francesa y el conflicto armado que asolaba Europa. Mientras que el secretario de Estado se inclinaba por el apoyo de Estados Unidos a la Francia revolucionaria, el secretario del Tesoro defendía la neutralidad ante la contienda. Washington, que al principio había tratado de mantener la armonía entre ambos, apoyó, una vez declarada la guerra europea, las posiciones de Hamilton y se decidió por la neutralidad. No tardó mucho tiempo en declarar sus simpatías pro británicas, a pesar de la enorme deuda que su país tenía con Francia, y ello trajo como consecuencia el debilitamiento de las relaciones con esta nación. Thomas Jefferson, por su parte, manifestó su disconformidad abandonando el gobierno y, ya desde la oposición, se opuso al centralismo del presidente.
Así fue cómo la estrella política de Washington comenzó a declinar hasta ensombrecerse totalmente cuando se conocieron los términos de un acuerdo comercial firmado por Gran Bretaña, el Tratado Jay del 25 de junio de 1794, que provocó fuertes discusiones en el parlamento y una real merma de la popularidad presidencial. Aun así, fue elegido por tercera vez para ocupar el poder, pero en esta oportunidad se negó tajantemente, aduciendo que quería volver con su familia y a la paz de la vida privada. En realidad, le frenaba el miedo a la tentación dictatorial que desvirtuaría el origen democrático de su lucha por la independencia, y no dudó en regresar a su plantación de Virginia.
Los dos últimos años de su vida, ya en la declinación de sus facultades físicas, los dedicó a cuidar de su familia y sus propiedades, salvo una breve interrupción en 1798, cuando se le nombró comandante en jefe del ejército ante el peligro de una guerra con Francia. En el invierno siguiente, Washington regresó a su casa agotado por una cabalgata de varias horas, por el frío y la nieve. Una aguda laringitis lo llevó a la muerte el 14 de diciembre de 1799. El prohombre de la independencia, el que fue «el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en el corazón de sus compatriotas», enfrentó el final con su serenidad característica, la misma que le había permitido afrontar el peligro de los campos de batalla con absoluta tranquilidad. Como escribió Jefferson, era un hombre inaccesible al temor.

La Guerra de la Independencia de los Estados Unidos fue un conflicto que enfrentó a las trece colonias estadounidenses en América del Norte con el Reino de Gran Bretaña. Ocurrió entre 1775 y 1783, finalizando con la firma del Tratado de París.
Durante la guerraFrancia ayudó a los revolucionarios estadounidenses con tropas bajo el mando del Marqués de La Fayette, mientras que España, lo hizo desde el principio gracias a Bernardo de Gálvez y de forma abierta a partir de la batalla de Saratoga, mediante armas, suministros y abriendo un frente en el flanco sur.
Las colonias británicas que se independizaron de Gran Bretaña edificaron el primer sistema político liberal y democrático, alumbrando una nuevanación, los Estados Unidos de América, incorporando las nuevas ideas revolucionarias que propugnaban la igualdad y la libertad. Esta sociedadcolonial se formó a partir de oleadas de colonos inmigrados, y no existían en ella los rasgos característicos del rígido sistema de clases europeo.
En las colonias del sur (Virginia, las Carolinas y Georgia) se había organizado un sistema esclavista (con unos 500.000 esclavos negros) que explotaban plantaciones de tabacoalgodón y azúcar. De este modo, la población estaba compuesta por grandes y pequeños propietarios y esclavos.
Los antecedentes a la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos se remontan a la confrontación franco-británica en Norteamérica y a las consecuencias de la Guerra de los doce Años.
La Guerra de los Doce Años terminó en 1763. El 10 de febrero, el Tratado de París ponía fin al imperio colonial francés en América del Norte y consolidaba a Inglaterra como la potencia hegemónica. En frente sólo tenía a España, que controlaba Nueva Orleans, la ciudad más importante, con unos 10.000 habitantes. Respecto a Francia, la pérdida territorial no fue sentida como algo catastrófico. Se conservaban los derechos pesqueros en Terranova y la población católica francófona de recibiría un trato de respeto. Por otro lado en el Caribe las pérdidas pueden ser compensadas pues la colonia principal francesa del Caribe, Puerto Príncipe (la española), produce la mitad del azúcar consumido en todo el mundo, y su comercio con Áfricay las Antillas está en pleno apogeo.
Respecto a los colonos estadounidenses, la guerra modificó radicalmente el panorama anterior. Los francófonos católicos de Quebec, tradicionales enemigos de los colonos estadounidenses de las Trece colonias recibieron un trato de respeto por parte de las autoridades británicas. Trato que se confirmó en 1774 cuando se dotó a Canadá de un estatuto particular dentro de las colonias estadounidenses, llevándose sus fronteras hasta la confluencia del Ohio y el Mississipi. Asimismo su población conserva un derecho civil propio y la Iglesia Católica es reconocida. Todos estos movimientos fueron mal aceptados por la población de las Trece colonias.
Aunque las causas de este conflicto fueron fundamentalmente el injusto trato a los colonos por parte de Gran Bretaña, ya que éstos aportaban riquezas e impuestos a la metrópoli pero no tenían medios para decidir sobre dichos impuestos, por lo que se sentían marginados y no representados.
Después del triunfo de Gran Bretaña sobre Francia en la Guerra de los siete Años (1756-1763) en la que recibió gran ayuda de las colonias económica y militarmente, dicha colaboración no fue recompensada. Las medidas represivas del gobierno inglés (producidas tras sublevaciones como el Motín del té de Boston y las sanciones de las Actas Intolerables) provocaron el inicio de la guerra de independencia.
El descontento se extendió por las Trece Colonias y provocó una manifestación en Boston en contra de los impuestos que debían pagar por artículos indispensables como el papel, el vidrio o la pintura. En esta manifestación no hubo ningún altercado y el reino inglés hizo oídos sordos a las peticiones estadounidenses. Pero los colonos no iban a consentir que la situación continuara así, con lo que se reunieron junto a varios miembros de otras poblaciones para urdir una acción más propagandística que la manifestación. En 1773 los colonos se reunieron en Boston. Del Reino de Gran Bretaña llegaban tres naves cargadas de cajas que contenían té. Varios miembros de la sociedad secreta se disfrazaron de indios y fueron nadando hasta alcanzar los tres barcos. Una vez allí capturaron a sus tripulantes y tiraron la mercancía por la borda. Fue la primera acción contra la represión de impuestos, lo que puso intranquilos a los británicos.
En 1774 se reunieron por primera vez el Congreso de colonos estadounidenses en contra de la servidumbre a los británicos y a favor de una patria independiente. Ya se discuten unas hipotéticas leyes. Pese al clima de enemistad contra los ingleses en las colonias, todavía había algunos colonos que apoyaban al rey inglés Jorge III, siendo llamados kings-friends.al final de esta guerra en la que hubo muchos muertos

Los primeros combates

Tropas alemanas que sirvieron con los británicos, llamadas «Hessians» (C. Ziegler, tras Conrad Gessner, 1799)
El 19 de abril de 1775, soldados ingleses salieron de Boston para impedir la rebelión de los colonos mediante la toma de un depósito de armas de estos últimos en la vecina ciudad de Concord. En el poblado de Lexington se enfrentaron a 70 milicianos. Alguien, nadie sabe quién, abrió fuego, y comenzó de este modo la guerra de independencia. Los ingleses tomaron Lexington y Concord, pero en su regreso hacia Boston fueron hostigados por cientos de voluntarios de Massachusetts. Se producen las primeras bajas de la contienda, ocho soldados colonos. Para junio, 10.000 soldados coloniales estaban sitiando Boston.
En mayo de 1775, un Segundo Congreso Continental se reunió en Filadelfia y empezó a asumir las funciones de gobierno nacional. Nombró catorce generales, autorizó la invasión del Canadá y organizó un ejército de campaña bajo el mando de George Washington, un hacendado virginiano y veterano de la Guerra Francesa e Indígena. Consciente de que las colonias sureñas desconfiaban del fanatismo de Massachusetts, John Adams presionó para que se eligiera a este coronel de la milicia virginiana, que tenía cuarenta y tres años, como comandante en jefe. Fue una elección inspirada. Washington, que asistía al Congreso de uniforme, tenía el aspecto adecuado; era alto y sereno, con un digno aire militar que inspiraba confianza. Como dijo un congresista: «No era un tipo que actuara alocadamente, que despotricara y jurara, sino alguien sobrio, firme y calmado».
Se empezaron a reclutar soldados de entre todas las partes de las colonias. Muchos de ellos eran hombres que vivían del campo o cazadores que eran bravucones y poco avezados en el combate. En las primeras luchas contra los británicos, George Washington llegó a decir: «Hemos reclutado un ejército de generales, no obedecen a nadie».
Al principio, la guerra fue desfavorable para los colonos. En junio de 1775 se produjo una batalla en la colina Búnker (Bunker Hill), frente a Boston. Los colonos sublevados se encontraban perfectamente atrincherados. Los británicos asaltan la colina con 2.000 efectivos, pero los colonos no retroceden y resisten y cuando los últimos asaltantes consiguen llegar a la cima las bajas británicas son de 800. Es una victoria pírrica para los ingleses y los estadounidenses, además, hicieron circular su versión de los hechos, que no era otra sino que se habían retirado simplemente por la falta de munición, y no por el empuje de las casacas rojas.

Travesía del río Delaware

El 2 de julio de 1776, el Congreso finalmente resolvió que: «estas Colonias Unidas son, y por derecho deben ser, estados libres y soberanos». El 4 de julio de 1776 se reunieron 56 congresistas estadounidenses para aprobar la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que Thomas Jefferson redactó con la ayuda de otros ciudadanos de Virginia. Se imprimió papel moneda y se iniciaron relaciones diplomáticas con potencias extranjeras. En el congreso se encontraban los cuatro hombres de la patria George Washington, Thomas Jefferson, Benjamín Franklin y John Adams. De los 56 congresistas, 14 murieron durante la guerra. Benjamín Franklin se convierte en el primer embajador y jefe de los servicios secretos.
La unidad se extendió entonces por las Trece Colonias para luchar contra los británicos. La declaración presentó una defensa pública de la Guerra de Independencia, incluida una larga lista de quejas contra el soberano inglés Jorge III. Pero sobre todo, explicó la filosofía que sustentaba la independencia, proclamando que todos los hombres nacen iguales, y poseen ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que los gobiernos pueden gobernar sólo con el consentimiento de los gobernados; que cualquier gobierno puede ser disuelto cuando deja de proteger los derechos del pueblo. Esta teoría política tuvo su origen en el filósofo inglés John Locke, y ocupa un lugar prominente en la tradición política anglosajona.
Estos hechos convencieron al gobierno británico de que no se enfrentaba simplemente a una turba de Nueva Inglaterra y barrió casi cualquier objeción que los miembros del gabinete tuvieran contra la conquista de las colonias. La confirmaron de que Inglaterra estaba envuelta en una guerra, y no en una simple rebelión, dictó una política militar dieciochesca convencional, consistente en maniobras y batallas entre ejércitos organizados.
Este cambio de estrategia forzó a los británicos a evacuar la ciudad de Boston en marzo de 1776, y transfiriera sus principales fuerzas a Nueva York, cuya población se presumía era más favorable a la causa de la Corona y que contaba con un puerto superior y una posición central. En consecuencia, en el verano de 1776, sir William Howe, que sustituyó a Gage como comandante en jefe del ejército británico en Norteamérica, arribó al puerto de Nueva York con una fuerza de más de treinta mil hombres. Howe tenía intención de aislar Nueva Inglaterra de los otros rebeldes y derrotar al ejército de Washington en una batalla decisiva. Iba a pasar los dos años siguientes tratando de llevar a cabo este plan.
La guerra naval: combate entre el Constitution y el Guerriere
Según todas las apariencias, un enfrentamiento militar prometía todas las ventajas para Gran Bretaña, una de las potencias más poderosas de la tierra, con una población de unos once millones, comparada con los dos millones y medio de colonos, un quinto de los cuales eran esclavos negros. La armada británica era la mayor del mundo y casi la mitad de sus buques participaron inicialmente en el conflicto con Norteamérica. El ejército era una fuerza profesional bien entrenada; en 1778, llegó a tener cerca de cincuenta mil soldados estacionados solo en Norteamérica, a los cuales se añadieron más de treinta mil mercenarios alemanes durante la contienda.
Para enfrentarse a ese poder militar, los estadounidenses tenían que empezar de la nada. El Ejército Continental que crearon tenía menos de cinco mil efectivos permanentes, complementados por unidades de las milicias estatales de diferentes tamaños. En la mayoría de casos, unos oficiales inexpertos, no profesionales, servían como jefes militares. Washington, el comandante en jefe, por ejemplo, solo había sido coronel de regimiento en la fronteravirginiana y tenía poca experiencia en el combate. No sabía nada de mover grandes masas de soldados y nunca había dirigido un asedio a una posición fortificada. Muchos de sus oficiales habían salido de las capas medias de la sociedad: había posaderos convertidos en capitanes y zapateros en coroneles, como exclamó, asombrado, un oficial francés. Es más, «Sucede con frecuencia que los estadounidenses preguntan a los oficiales franceses qué oficio tienen en Francia». No es de extrañar, pues, que la mayoría de los oficiales británicos pensara que el ejército estadounidenses no era «mas que una banda despreciable de vagabundos, desertores y ladrones» incapaces de rivalizar con los casacas rojas de Su Majestad. Un general británico llegó a alardear que con mil granaderos podía «ir de un extremo al otro de Norteamérica y castrar a todos los hombres, en parte por la fuerza y en parte con un poco de persuasión».
Sin embargo, estos contrastes eran engañosos, porque las desventajas británicas eran inmensas desde el principio del conflicto. Gran Bretaña tenía que conducir la guerra desde el otro lado del Atlántico, a cinco mil kilómetros de distancia, con los consiguientes problemas de comunicaciones y logística; incluso alimentar adecuadamente era un problema casi insalvable. Al mismo tiempo, tenía que hacer una guerra absolutamente diferente a la que cualquier país hubiera librado en el siglo XVIII. La propia Norteamérica era inconquistable. La enorme extensión del territorio hacía que las maniobras y operaciones convencionales fueran difíciles y engorrosas. El carácter local y fragmentario de la autoridad en Norteamérica inhibía cualquier accióndecisiva por parte de los británicos. No había ningún centro neurálgico con cuya captura se pudiera lograr aplastar la rebelión. Los generales británicos acabaron por decidir que su principal objetivo debía ser enfrentarse al ejército de Washington en una batalla, pero, como dijo el comandante en jefe británico no sabían como hacerlo, «ya que el enemigo se mueve con mucha más celeridad de la que nosotros somos capaces».
Una de las causas de los resultados negativos de los colonos eran sus mosquetes, ya anticuados y que solo podían disparar a pocos metros para obtener precisión. Esto llevó a que se creara un nuevo tipo de arma más eficaz, que fue el fusil modelo Pennsylvania, de gran precisión desde más de 80 metros. Los colonos en estos primeros combates lucharon en forma de guerrillas.

Las batallas de Saratoga

Las cosas empezaron a cambiar en octubre de 1775 cuando un ejército británico bajo el mando del General John Burgoyne se rindió en Saratoga, en el norte del estado de Nueva York. Este fue el golpe de gracia y propagandístico que necesitaban los colonos para su independencia. Desde Canadá llegaron indios (dirigidos por Joseph Brant), estos últimos estaban a favor de los británicos porque los colonos les estaban expropiando sus tierras cada vez más. La expedición estaba comandada por el general John Burgoyne y pretendía llegar a Albany. Sin embargo fueron interceptados y tuvieron que presentar batalla en Freeman, cerca del río Hudson. Aquí estaban los colonos comandados por Benedict Arnold (que después fue traidor), Horatio Gates y Daniel Morgan. Este último comandaba a fusileros vestidos con pieles y que eran antiguos cazadores.
El general Burgoyne contaba con 600 mercenarios alemanes (los británicos llegaron a utilizar hasta 16.000 en toda la guerra) para tomar la granja. El 9 de septiembre Morgan tiene a sus hombres bien escondidos en un bosque contiguo a la granja y en los trigales de la misma. Una vez se acercan los mercenarios alemanes, los fusileros salen de sus escondites y disparan a los enemigos, produciendo gran sorpresa entre estos y provocando que caigan a decenas. Burgoyne entonces manda otros 600 más, que también caen. Los británicos retroceden, pero Burgoyne resiste, aunque sin suministros ni víveres, y consigue poco tiempo después tomar la granja.
Horatio Gates, aunque hombre pesimista, es convencido por Morgan y Arnold para lanzar un ataque a los británicos. Con los cañones incautados a los británicos bombardean la granja y consiguen la rendición de Burgoyne. Entre el cañoneo de los colonos un general británico, Simon Fraser ordenó una carga de caballería totalmente desesperada, por lo difícil de la situación. Esta carga fue rápidamente neutralizada por los hombres de Morgan, que consiguieron acabar con el general. Éste, antes de morir, pidió ser enterrado en el campo de batalla, y para ello varios soldados británicos
se reunieron, lo que llegó a confundir a los colonos. Creyendo que los enemigos se estaban reorganizando para otro ataque, empezaron a cañonear la zona en que estaban enterrando a Simon Fraser, y aunque no dieron en el blanco sí produjeron que los que se esforzaban en la faena fueran salpicados por la arena y el polvo. Al final se le pudo enterrar entre una lluvia de balas de cañón. Este hecho produjo esta frase de un general alemán llamado Riedesel:«¡Qué gran entierro para un gran guerrero!

La ayuda extranjera y el final de la guerra

Alentadas por la victoria de Saratoga, Francia y España veían la oportunidad como una ocasión de oro para lograr la revancha del desastroso Tratado de París de 1763, con el que concluyó la Guerra de los Siete Años. Así Francia tras unos meses de cierta vacilación, entró abiertamente en la guerra firmando una alianza en febrero de 1778 con los colonos. Pese a sus escasas provisiones y limitado adiestramiento, las tropas coloniales pelearon bien en general, pero podrían haber perdido la guerra si no hubieran recibido ayuda del erario francés y de la poderosa marina francesa.
Por su parte, España, aunque enseguida ayudó a los rebeldes con dineroarmas y municiones, se mostró más reacia a la intervención directa, debido al temor de Floridablanca a las consecuencias de un conflicto armado; incluso aspiró a algo que, de momento, resultaba una verdadera utopía, la mediación entre los contendientes. Los objetivos españoles en América eran expulsar a los británicos tanto del golfo de México como de las orillas del Mississippi y conseguir la desaparición de sus asentamientos en América Central.
Después de 1778, la lucha se trasladó en gran medida al sur y el conflicto ya había adquirido un cariz internacional con la entrada de Francia. Un año más tarde la realidad se impuso España declaró la guerra a Inglaterra, pensando incluso en la posibilidad de invadir Gran Bretaña mediante el concurso de una armada franco-española, plan que resultó inviable. Para su entrada abierta en el conflicto el gobierno español había firmado el llamado Tratado de Aranjuez, acuerdo secreto con Francia sellado en Aranjuez el 12 de abril de 1779, por el cual España conseguía una serie de concesiones a cambio de unirse a su aliado en la guerra. Francia prometió su ayuda en la recuperación de Menorca, Mobile, Pensacola, la bahía de Honduras y la costa de Campeche y aseguró que no concluiría paz alguna que no supusiera la devolución de Gibraltar a España. Esto provocó que los británicos tuvieran que desviar a Gibraltar tropas destinadas en un principio a las colonias.
Los puertos de Toulon y Brest, en Francia, que estaban bloqueados por los británicos, fueron desbloqueados por la falta de efectivos de los británicos. Con los puertos atlánticos abiertos, los franceses pudieron llevar tropas a América al mando de La Fayette, siendo de gran ayuda a los colonos en su guerra.
Más tarde Holanda también se unirá a la coalición formada por España y Francia, con ambiciones de ganar posiciones por el dominio de los mares.
En 1781, 8.000 soldados británicos al mando del general Charles Cornwallis fueron rodeados en Yorktown, Virginia, el último reducto, por una flota francesa y un ejército combinado franco-estadounidenses al mando de George Washington de 16.000 hombres. Tiene lugar así la batalla de Yorktown. Cornwallis se rindió, y poco después el gobierno británico propuso la paz. Murieron 156 británicos, 52 franceses y 20 colonos estadounidenses, siendo los últimos en caer en la Guerra de la Independencia.
En los restantes frentes entre 1779 y 1781, España sitió Gibraltar, una vez más infructuosamente, y se iniciaron una serie de campañas en América contra distintos puntos estratégicos del golfo de México en manos británicas, en la mayor parte de los casos coronadas por el éxito (Pensacola). Por otro lado, una exitosa expedición a Menorca permitió la recuperación de la isla en febrero de 1782.El Tratado de París o Tratado de Versalles se firmó el 3 de septiembre de 1783 entre Gran Bretaña y Estados Unidos y puso término a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. El cansancio de los participantes y la evidencia de que la distribución de fuerzas, con el predominio inglés en el mar, hacía imposible un desenlace militar, que condujo al cese de las hostilidades.

El tratado de París de 1783 (la Paz de Versalles)

Artículo principal: Tratado de Versalles (1783)
El cansancio de los participantes y la evidencia de que la distribución de fuerzas, con el predominio inglés en el mar, hacía imposible un desenlace militar, condujo al cese de la hostilidad.
Firma del Tratado de París, 1783. La delegación británica rehúsa posar.
El Tratado de París se firmó en septiembre de 1783 entre Gran Bretaña, Estados Unidos, España y Francia. Mediante este tratado:
  • Se reconocía la independencia de Estados Unidos de América y otorgó a la nueva nación todo el territorio al norte de Florida, al sur del Canadá y al este del Río Mississippi. El paralelo 32º se fijaba como frontera norte. Gran Bretaña renunció, asimismo al valle del Ohio y dio a Estados Unidos plenos poderes sobre la explotación pesquera de Terranova.
  • España mantenía los territorios recuperados de Menorca y Florida oriental y occidental. Por otro lado recuperaba las costas de Nicaragua, Honduras (Costa de los Mosquitos) y Campeche. Se reconocía la soberanía española sobre la colonia de Providencia y la inglesa sobre Bahamas. Sin embargo, Gran Bretaña conservaba la estratégica posición de Gibraltar (Londres se mostró inflexible, ya que el control del Mediterráneo era impracticable sin la fortaleza de la Roca).
  • Francia recuperaba algunos enclaves en las Antillas, además de las plazas del río Senegal en África.
  • Holanda recibía Sumatra, estando obligada a entregar Negapatam (en la India) a Gran Bretaña y a reconocer a los ingleses el derecho de navegar libremente por el Índico.
  • Gran Bretaña mantenía a Canadá bajo su Imperio, a pesar de que los estadounidenses trataron de exportar a tierras canadienses su revolución.
  • Finalmente, se acordó el intercambio de prisioneros.
En general los logros alcanzados pueden juzgarse como favorables para España y en menor medida para Francia a pesar del elevado coste bélico y las pérdidas ocasionadas por la casi paralización del comercio con América un pesado lastre que gravitaría sobre la posterior situación económica española. Por otra parte, el triunfo de los rebeldes estadounidenses sobre Inglaterra no iba a dejar de influir en un futuro próximo sobre las colonias españolas. Esta influencia vino por distintos caminos: la emulación de lo realizado por comunidades en similares circunstancias, la solidaridad de los antiguos colonos con los que aún lo eran, la ayuda de otras potencias interesadas en la desaparición del imperio colonial hispano, etc. Pero estos aspectos se manifestaron de un modo claro durante las Guerras napoleónicas.

La nueva constitución

Una vez conquistada la independencia resultó muy complicado poner de acuerdo a todas las antiguas colonias. En 1787, 55 representantes de las antiguas colonias se reunieron en Filadelfia con el fin de redactar una constitución. Se creaba así un único gobierno federal, con un presidente de la república y dos cámaras legislativas (congreso y senado). Esta constitución estaba inspirada en los principios de igualdad y libertad que defendían los ilustrados franceses y se configuró como la primera carta magna que recogía los principios del liberalismo político estableciendo un régimen republicano y democrático. La independencia y democracia estadounidense causó un notable impacto en la opinión y la política de Europa. La constitución se divide en siete artículos:
- 1º) Poder Legislativo
- 2º) Poder Ejecutivo
- 3º) Poder Judicial
- 4º) Los poderes del Estado y limites
- 5º) Proceso de enmiendas
- 6º) Poder federal
- 7º) Ratificación
- Preámbulo
La guerra de la independencia de los Estados Unidos ocurrió entre 1775 y 1783, finalizando con la firma del tratado de París. Durante la guerra, Francia ayudo a los revolucionarios estadounidenses con tropas bajo el mando del marques de La Fayette, mientras que España, lo hizo desde el principio gracias a Bernardo de Gálvez y de forma abierta, a partir de la batalla de Saratoga, mediante armas, abriendo un frente en el flanco sur. Bernardo de Gálvez y Madrid, vizconde de Galveston actuó al principio por motu propio, dada su excelente información por la mayor rapidez de los correos que le llegaron desde la metrópoli y que pusieron en su conocimiento la declaración de guerra de España al Reino Unido.