sábado, 30 de junio de 2012

Revolución francesa (2)


Revolución Francesa
Capitulo II
La Toma de la Bastilla
No obstante su explícito respeto al rey, muchos cuadernos planteaban el deseo de que se formulase una Constitución para el país.
La primera sesión de los Estados Generales se realizó el 5 de mayo de 1789, en Versalles. El rey había elegido este lugar sin considerar que el lujo de la corte podía irritar los ánimos de los representantes del tercer estado. En la reunión inaugural, el monarca tomó la palabra señalando a los presentes que su ocupación esencial sería hacer las reformas financieras. En el fondo, su discurso dejó claro que él no quería oír nada acerca de la Constitución. Desde ese momento se pudo advertir que el pueblo y el monarca no serían compañeros de equipo. Otro punto que provocó desacuerdo se refería a la forma en que se celebrarían las sesiones.(En la imagen: la Toma de la Bastilla, fortaleza utilizada como prisión, fue el hecho que inauguró el periodo de violencia de la Revolución Francesa)
El monarca y la nobleza deseaban que cada orden se reuniese por separado. El tercer estado, en cambio, quería que todos formasen una asamblea única, en la que se adoptaran las resoluciones con voto individual.
La Asamblea Nacional
Cuando el rey se retiró de la reunión inaugural, fue despedido con aplausos que no reflejaban aprobación sino más bien simple cortesía.
Al término de la reunión, el tercer estado se congregó por su cuenta, resolviendo no aceptar las deliberaciones de cada orden por separado. Más tarde, el tercer estado invitó a la nobleza y al clero a sumarse a esta iniciativa. Algunos miembros del clero acogieron este llamado, y el 17 de junio, el tercer estado, acompañado de unos 15 sacerdotes, se autodeclaró Asamblea Nacional.
La nobleza y los obispos, en su mayoría, solicitaron al rey que impusiera su autoridad para impedirles salirse con la suya. Como primera medida, se clausuró la sala en que el grupo realizaba sus reuniones. Pero eso no resultó ser un obstáculo serio, ya que la Asamblea simplemente se cambió de local y sesionó en un lugar utilizado para juego de pelota. Allí, el 20 de junio, estos delegados jugaron no separarse "hasta que la Constitución del reino fuera establecida sobre firmes fundamentos". Tres días más tarde se presentó el rey, ordenando que volviesen a sesionar por grupos separados y les negó el derecho a legislar. El monarca dio por terminada la sesión, pero los partidarios de la Asamblea no se movieron del lugar. El conde de Mirabeau, que pese a su título mobiliario era representante del tercer estado, señaló que sólo abandonarían el lugar por la fuerza de las bayonetas. El rey no se atrevió a usar la violencia y, a regañadientes, los dejó quedarse.
A medida que pasaban los días, más y más miembros del clero e incluso de la nobleza abandonaban sus posturas iniciales para sumarse a la Asamblea Nacional, que más tarde tomó el título de Asamblea Constituyente. Siguiendo el viejo lema de "si no puedes ir en contra únete a ellos", el rey terminó por ordenar a todos los representantes tomar parte en la Asamblea.
El pueblo en armas
A pesar de haber dado su autorización, el rey, naturalmente, no estaba de acuerdo con la situación que se estaba viviendo. Tampoco lo estaban algunos nobles. El ambiente era tan tenso que se emplazaron tropas armadas en las afueras de París y de Versalles. La gota que colmó el vaso fue la destitución de Necke. El pueblo entero manifestó su descontento y se proclamó a favor de la Asamblea Constituyente. Esto no quedó en meras declaraciones. La multitud se sublevó y saqueó varias tiendas de armas.
Uno de los primeros objetivos de las enfurecida turba en París fue la Bastilla, una fortaleza que servía de prisión y que simbolizaba para muchos la arbitrariedad del régimen. Cientos de hombres armados se dirigieron a ese lugar, el 14 de julio de 1789, exigiendo su rendición. En un comienzo se intentó negociar, pero luego los amotinados fueron atacados. Se inició de esa forma una batalla sangrienta que terminó con la caída de la fortaleza. El gobernador de la Bastilla, De Launey, murió degollado y su cabeza fue llevada por las calles sobre la punta de una lanza.
El mismo día en que estos hechos ensangrentaban París, el rey había salido de cacería. El día 15 le comunicaron la noticia. Sin llegar a comprender la magnitud real de lo sucedido, el soberano preguntó: "¿Se trata de una revuelta?". La respuesta fue lapidaria: "No majestad, es una revolución".
Fin de privilegios
La Toma de la Bastilla hizo que todo París se convirtiera en un campo de batalla. En las calles y plazas se levantaron barricadas. La Fayette fue proclamado comandante de la Guardia Nacional, y Jean Sylvain Bailly, un astrónomo, alcalde de la ciudad.
La Asamblea Nacional seguía angustiada por las tropas que la rodeaban, pero el rey las hizo retirar. El 17 de julio, Luis XVI llegó a París y aceptó de manos de Baily, la escarapela tricolor (azul y rojo, colores de la ciudad, y blanco como color de los Borbones), símbolo de la revolución.
Abolición de privilegios
En la Asamblea Nacional donde llegaron noticias terribles de provincias, para tranquilizar los espíritus pareció indispensable abolir el sistema feudal que, de hecho, ya estaba aniquilado. El 4 de agosto la Asamblea abolió los privilegios de la nobleza. La lista de acuerdos comprendía: la eliminación de servidumbre, de los derechos de caza, de palomar y de conejera, la admisión de los ciudadanos a todos los cargos civiles y militares, la gratuidad de la justicia y la prohibición de comerciar con los cargos.
Los acuerdos tomados interrumpieron los debates de un tema que interesaba principalmente a La Fayette. Era la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,(en la imagen) que había de constituir la introducción teórica a la Constitución Futura, y cuyas ideas principales, tomó éste de la Constitución de algunos de los estados norteamericanos recién independizados.
París retiene al rey
Adoptado los derechos del hombre el 27 de agosto, la Asamblea, llamada ahora Constituyente, pasó a redactar la Constitución. Pero su discusión no impedía que, de tiempo en tiempo, fuese reclamada por las duras necesidades de la realidad y hubiese de ocuparse de la amenazadora banca rota. El paro de industrias y del comercio aumentó el número de hambrientos y vagabundos. La elevación del precio de los granos, a consecuencia de malas cosechas y peores sistemas de distribución, obligó a comprar trigos a precios muy altos .
En las masas de la capital, el miedo al hambre colectiva uniese con la idea de que se debía traer al rey a París, para hacerle saber los deseos del pueblo. Pero, sobre todo, la capital sintió gran indignación cuando supo que el rey y la reina se había presentado en un banquete en el cual la bandera tricolor había sido insultada. Jean Paul Marat, médico enfermo, desilusionado y fanático, llamó a los pobres al combate. Por la mañana del 5 de octubre de 1789, grandes masas humanas de ambos sexos se dirigieron a Versalles para llevar al rey a París. El pueblo rodeó el palacio, donde nadie se atrevía a resolverse por la huída. El rey despidió con buenas palabras a la comisión de mujeres que pedía pan blanco. Eso sí, no recibieron una respuesta tan comprensiva de la reina María Antonieta, quien al saber el hambre de pan que había, contestó: "Que coman tortas, pues".
El rey regresa a París
En esta misma oportunidad, el rey aprobó los derechos del hombre. Pero delante del palacio había disturbios y peleas con los guardias. La situación se hacía cada vez más peligrosa. Finalmente, a la caída de la tarde, se presentó La Fayette con 20 mil hombres de la Guardia Nacional, y pidió al rey, entre otras cosas, que tomase el palacio de las Tullerías, en París, por residencia habitual y que mandase que el servicio de éste fuese desempeñado por las Guardias Nacionales. Puso centinelas en las puertas del palacio y a medianoche se fue a acostar. Al amanecer del 6 de octubre, una masa de plebe penetró en el palacio por una puerta que no estaba guardada, y mató a varios centinelas de la Guardia Real. La reina, medio desnuda, y cuya cabeza pedía la multitud, huyó a las habitaciones del rey.
Ambos fueron salvados por La Fayette, a quien sacaron apresuradamente de su sueño. Desde el balcón, el rey prometió trasladarse a París. Por la tarde emprendió el triste camino hacia la capital con su familia y acompañado de una salvaje multitud a cuya vanguardia iban las cabezas cortadas de los infieles guardias asesinados. Así, Luis XVI pasó a ser prisionero de París.
Entretanto, la Asamblea Constituyente seguía redactando la nueva Constitución. Sus trabajos fueron interrumpidos con la celebración del primer aniversario de la Toma de Bastilla. De toda Francia acudieron comisiones a la fiesta. El inmoral, cojo, joven, alegre y flexible obispo Carlos Mauricio de Talleyrand bendijo las banderas de la Guardia Nacional, y La Fayette, nombrado comandante supremo de esta arma para todo el reino, se adelantó el primero al altar de la patria, para jurar fidelidad a la nación, a la ley y al monarca.